ESTATUA DE LA
LIBERTAD
foto: BERTHA SÁNCHEZ
Sucedió en Nueva York
Varios carros de la policía se estacionaban
frente al Zoológico de la gran manzana, un lunes de agosto del
año en curso: el calor asfixiante de verano y los mirones,
molestaban al detective, quien estaba a cargo de la
investigación.
El crimen se había realizado a plena luz del día, a una hora
en la cual se encontraba lleno de paseantes locales y
turistas: sin motivo aparente, aquel se había levantado y se
había echado encima de ella. Se apoderó de su cuello y la
estranguló, no sin antes mostrar la víctima una leve
resistencia, la cual fue fácilmente vencida por la
superioridad física y la fuerza del macho.
No era la primera vez que la agredía: durante meses, las
relaciones entre los dos se habían estado deteriorando. Hacía
mucho que no sentían atracción sexual alguna, por lo que
habían dejado de practicar la cópula: en las noches, en lugar
de permanecer juntos, cada uno se retiraba a su lado
correspondiente de la jaula y permanecían invariablemente sin
dirigirse ni siquiera una mirada.
El macho, parecía siempre más interesado en observar el cielo
y contar las estrellas, deleitándose en las constelaciones: la
hembra, bostezaba largamente y dejaba que sus párpados cayeran
pesados sobre sus ojos, para aislarse del universo lo más
temprano posible. No tenían hijos, nunca tuvieron el tiempo
suficiente ni para planear una familia ni para atender a
futuras crías: cada uno estaba demasiado ocupado pensando en
desarrollarse y convertirse en un ser independiente, y la idea
de la crianza estorbaba sus planes.
Ya hacía tiempo también que cada uno comía por su lado, y eso
que nunca les gustaron los mismos alimentos: mientras ella
trataba de estar lo más esbelta posible, hacer ejercicios y
tomar mucha agua, él procuraba tragar todo lo que se le ponía
enfrente, desde carne cruda hasta vegetales, y eso que no era
del régimen vegetariano, pero era tal su apetito que
frecuentemente se quedaba con hambre y por eso devoraba todo
sin previa reflexión.
También había problemas con el cuidador de animales y
rivalidades por cuál de los dos tenía derecho a ocupar más
espacio dentro de la jaula principal: en ocasiones, el macho
observaba como la hembra tenía más carisma y los turistas se
le acercaban más para admirarla: además, había escuchado decir
que traerían otro macho, mucho más joven, para que ella
pudiera intentar nuevamente la reproducción mediante el
apareamiento aunque este fuera con un desconocido y sin amor.
El macho cultivó de esa manera un odio, el cual tuvo en bien
disfrazarlo con indiferencia, pero su rencor crecía cada vez
más y por eso, aquella mañana de verano, no teniendo algo que
hacer y fastidiado de su encierro, el oso negro decidió
estrangular a la osa, dentro de su misma jaula, ante la mirada
de cientos de espectadores que se arremolinaron para observar
cómo le desgarraba el cuello.
El macho se levantó y dio un enorme grito: los empleados del
zoológico hablaron a la policía pero no se atrevieron a entrar
ni siquiera para retirar el cadáver.
El detective enumeró las posibles causas del asesinato: odio,
celos, envidia, territorialidad o simplemente fastidio. El
verdadero motivo era difícil de determinar ya que, en
apariencia, el oso siempre había sido un animal muy pacífico.
Por fin entregó a su jefe el informe final que decía: Oso
macho mató a la hembra para eliminar el aburrimiento de su
cautiverio.
Bertha Sánchez De la Cadena
Abril de 2002.